Hay dos medios, sólo
dos, de satisfacer las necesidades y deseos del hombre.
Uno es la producción e
intercambio de riqueza; éste es el medio económico.
El otro es la apropiación
no compensada de la riqueza producida por otros; éste es el medio
político.
Los reyes de antaño
aplicaron el “medio político” a través de la conquista, pillaje y esclavitud.
El estado feudal, y posteriormente el estado actual, heredaron y desarrollaron
esa naturaleza, sin cambiarla.
El estado, sea primitivo,
feudal o actual, es la institucionalización de los medios políticos.
Ya que el hombre siempre
tiende a satisfacer sus necesidades y deseos con el mínimo esfuerzo posible, tenderá a emplear el medio político cuando
pueda; exclusivamente, si es posible.
Los párrafos anteriores
son una paráfrasis de Nuestro enemigo, el estado, de Albert Nock.
Ahora saquemos unas conclusiones.
1. No hay diferencia
esencial entre los reyes de antaño y los políticos actuales. Más allá de la
manera de acceder al poder (por sucesión, los anteriores; por elección, los actuales; al fin
y al cabo, no son los mejores, sino los más fuertes / despiadados /
inescrupulosos los que acceden al poder), tanto los reyes de
antaño, como los señores feudales y los políticos actuales, todos se reservaron
dos poderes: 1) el poder de cobrar tributo, usando la violencia si es
necesario; y 2) el poder de hacerse obedecer, bajo amenaza de violencia.
Poderes que al fin de cuentas son lo mismo.
Si eso es cierto, entonces
2) O los libertadores de América no se dieron cuenta de ello, o lo hicieron
conscientemente. Reemplazar la abierta tiranía de los reyes por la velada
tiranía de los políticos latinoamericanos no representa una mejoría real en la
situación política.
3) Casi hay una garantía
que sólo las peores personas accedan al poder.
Una persona normalmente tendrá que convencer a los demás para que le hagan caso;
salvo que sea político o funcionario público. En ese caso, podrá hacerse
obedecer, es decir, obligar a los demás a obedecerlo bajo amenaza de
violencia física. Las leyes (injustas), la fuerza pública, las cárceles, están de su lado.
Sólo alguien con rasgos
psicopáticos puede sentirse atraído por la idea de hacerse obedecer no con
razón, sino con violencia. Sólo a alguien con claras tendencias antisociales
puede ocurrírsele utilizar la violencia para “hacer el bien común”.
3)
Los políticos y burócratas parasitan violentamente a la sociedad,
beneficiándose de altos sueldos, guardaespaldas, viáticos, etc. (sin mencionar la
oportunidad de aprovechar su poder para cobrar sobornos y hacer “jugosos
negocios”), utilizando para ello los impuestos que ellos mismos cobran bajo
amenazas. Los beneficios que recibe la sociedad a cambio de su “desinteresada
gestión” son, generalmente, muy dudosos.
Como los reyes de antaño,
que vivían con lujos, iniciaban guerras, imponían leyes dañinas, etc., los
políticos de hoy llevan un tren de vida muy superior al promedio de las
sociedades que dicen servir, y generalmente las leyes que dictan traen
resultados opuestos a los que decían que esperaban. Esto, cuando no envían a
los hijos del pueblo a morir en guerras sin sentido que ellos mismos inician,
manteniéndose ellos y sus hijos a salvo lejos del frente de batalla.
(Convenzámonos de una vez que los políticos no crean riqueza. Lo
más que puede esperarse de ellos es que no obstaculicen su creación. Pero esto
es tema de otro artículo)
4) Por todo lo dicho, tiemble,
estimado lector, cuando sepa que a alguien “le atrae” o “le gusta” la política,
entendiéndose por ello que aspira a ejercer un cargo de elección popular o
acceder a las mieles de la burocracia. Esa persona no dudará de utilizar la
violencia contra usted, si usted no le obedece.
El candidato que, con una
amplia sonrisa visita su barrio, estrecha su mano y besa a su hijo, no es su
amigo; no es más amigo suyo que el extorsionador que lo obliga a pagar una suma
mensual por “seguridad”, o el chulquero que atenta contra su vida cuando usted
no puede pagar un préstamo usurario. La violencia es el arma de todos ellos
para lograr que Ud. los obedezca.
¿Qué hacer, entonces? Conocer
los principios
del liberalismo es el primer paso para construir una sociedad más libre y,
en consecuencia, más justa.