jueves, 4 de julio de 2013

Funcionarios administrativos NO deben administrar justicia

Según reporta la prensa, el nuevo proyecto de código laboral propone que los inspectores de trabajo tengan una suerte de potestad jurisdiccional para ejecutar las decisiones que tomen hasta cierta cuantía.
Esa propuesta (y el mismo hecho de que funcionarios administrativos puedan “decir el derecho” e imponer y ejecutar sanciones) contraría el principio republicano de separación de poderes: el mismo poder encargado de la aplicación de las leyes no debería estar a cargo de resolver los conflictos que de ello se susciten.
Es abiertamente inconstitucional: «ninguna autoridad de las demás funciones del Estado podrá desempeñar funciones de administración de justicia ordinaria».
Es una manifestación del “cesarismo” del que adolecemos los ecuatorianos, que no creemos que los bienes políticos llegan de las instituciones que creamos, sino de las manos de carismáticos y heroicos (y autoritarios, recuérdese) políticos.
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Recibí comentarios que el último párrafo no estaba bien conectado con el resto de la carta.
Es cierto. Quería decir que el ecuatoriano promedio no tendría problema en una “justicia presidencial”, aunque fuere una monstruosidad legal, ya que confía ciegamente en el presidente.
Cesarismo, según el DRAE: «Sistema de gobierno en el cual una sola persona asume y ejerce los poderes públicos».
Y según Wikipedia: «Cesarismo (por Julio César) es un concepto utilizado por diversos autores para definir un sistema de gobierno centrado en la autoridad suprema de un jefe militar, y en la fe en su capacidad personal, a la que atribuyen rasgos heroicos. Este líder, surgido en momentos de inflexión política, se presenta como la alternativa para regenerar la sociedad o conjurar hipotéticos peligros internos y externos. Por esto este tipo de gobierno suele presentar algunos elementos de culto de la personalidad». Dios mío, parece que se están refiriendo al Ecuador. Menos en el militarismo, que gracias a Dios no caracteriza al gobierno actual. 
Es decir, el cesarismo es la antítesis de la democracia republicana, aunque se disfrace formalmente de ella.
Entre nosotros, el republicanismo está muy venido a menos; casi todo el mundo habla de democracia como “dictadura de la mayoría”; nadie menciona los límites al poder característicos del republicanismo: división de poderes, imperio de la ley, limitación constitucional del poder, impugnación judicial de los actos de las autoridades, rendición de cuentas...
Democracia, sin republicanismo, es otra tiranía más.