El
1% de la gente sufre de trastorno antisocial de la personalidad. Es
decir, son psicópatas.
No
son sólo los asesinos en serie; los psicópatas están entre
nosotros.
Los
caracteriza la incapacidad de sentir empatía y remordimiento;
desdeñan las normas sociales. Tienen un ego desmedido, se sienten
“por encima” de los demás mortales. Suelen tener don de gentes,
“labia”, una inteligencia superior. Son mentirosos y
manipuladores, pero extremadamente convincentes. No sienten
emociones genuinas, pero las fingen perfectamente.
Al
carecer de empatía, son inescrupulosos para lograr sus objetivos.
Son incapaces de responsabilizarse de sus actos y sus consecuencias;
jamás admitirán su culpa, ni buscarán ayuda psicológica.
Llevan
una existencia parasitaria, usando su habilidad social para
aprovecharse de los demás. La política y el poder les atraen
irresistiblemente. Son impulsivos y se meten en problemas por ello.
Si son capturados, reinciden.
¿Conoce
a alguien así?
El
poder atrae gente mala
A
los psicópatas les gusta la política. ¿Dónde más pueden obtener
la facilidad de ser obedecidos por muchos, y más aún, de hacerse
obedecer a la fuerza, si fuera necesario?
Ésa
es la tragedia de toda democracia: hay casi una garantía que los
peores elementos de la sociedad sean atraídos a posiciones de poder.
En
la antigüedad, una tribu armada asaltaba a otra y, para evitar
represalias, mataba a todos.
Los
romanos descubrieron que era más económico dejarlos vivir para
seguirles robando, cobrándoles tributo, a cambio de protegerlos de
otros ladrones.
Surge
así el poder estatal, que es el medio más efectivo que ha diseñado
el ser humano para robar por mucho tiempo. Nos roban, sí, pero nos
ofrecen “protección” de otros ladrones. En realidad no
están defendiendo nuestros intereses, sino los suyos.
De
ahí que el gobierno NO atraiga las mejores ni más brillantes
mentes; atrae las peores, las más psicopáticas. Y como son
entusiastas acerca del gobierno y todo lo que conlleva, ascienden
rápidamente a posiciones de liderazgo. Dejan su huella en las
organizaciones que dirigen; las moldean “a su imagen y semejanza”.
Gradualmente,
quienes no son psicópatas no soportan la nueva cultura y ambiente
laboral, y se van. Pronto los psicópatas dominan el gobierno.
Ya
con los psicópatas a cargo, ocurre el experimento
de Milgram
en gran escala.
El
experimento demostró que la inmensa mayoría de la gente común y
corriente está dispuesta a torturar a un inocente si se lo ordena un
tipo con “autoridad”.
Fácilmente
nos volvemos cómplices de un psicópata que da órdenes “con
autoridad”. Ante una personalidad fuerte y dominante, perdemos la
empatía: nos convertimos en psicópatas.
La política genera psicópatas
Un
estudio de la Universidad de Michigan
demostró lo que siempre sospechábamos: la
política nos vuelve ruines.
Repitámoslo:
cuando las personas están bajo la influencia de la política,
desaparecen la empatía y la compasión; es decir, se vuelven
psicópatas. No es una exageración.
De
ahí que concluyamos que la política NO es algo “bueno,
noble, una de las actividades más importantes a la que puede
dedicarse el ser humano; lamentablemente pervertida por algunos malos
políticos”. No.
La
política es algo sumamente peligroso: atrae a los psicópatas;
convierte a seres humanos normales en psicópatas; y les proporciona
poder y armas de fuego para ejercer violencia sobre los demás.
¿Puede haber algo más perverso?
Por
eso la preocupación creciente en sociedades como la nuestra, donde
la política y el estado ocupan espacios cada vez más amplios en
nuestras mentes y en nuestro diario vivir.
Los psicópatas son fracasados
En
cada sociedad habrá cierta cantidad de psicópatas y fracasados
resentidos. En tiempos normales, parecen personas normales. Quizá
cometan un crimen común si creen que pueden salirse con la suya,
pero en general las costumbres sociales los mantienen a raya.
Pero
cuando el tiempo adecuado llega —el
predominio del gobierno y de la política—,
se muestran como son. Cuando el gobierno cambia su índole, de
proteger a los ciudadanos de la violencia, a iniciar la
violencia con numerosas leyes e impuestos, esas sanas costumbres se
diluyen. La presión social, la aprobación pública y el oprobio
moral —fuerzas que
mantienen un sano orden social—
son reemplazadas por regulaciones que se hacen cumplir a rajatabla a
través de policías armados.
Los
psicópatas perciben esto, y empiezan a ser atraídos hacia el
gobierno y sus burocracias y agencias reguladoras, donde reciben
poderes e investiduras y les pagan muy bien por hacer lo que siempre
han querido hacer: mangonear a los demás.
En
el sector privado, políticos y burócratas difícilmente alcanzarían
el nivel de ingresos y estándar de vida al que acceden desde la
burocracia; de ahí que se desesperen por alcanzar el poder, y
nada teman más que perderlo. Saben que sus “habilidades”
no son valoradas en un clima de libertad, por eso buscan
asegurarse en los puestos.
¿Cuál
es la misión primordial real de un político, de un
burócrata? Mantenerse en el poder. Toda su actividad
se dirigirá hacia ese objetivo. En segundo término, acrecentar
ese poder.
Si
servirlo a usted conlleva cumplir esos dos objetivos, tenga por
seguro que el político o burócrata lo hará de buena gana. Pero si
hacer lo correcto implica poner en riesgo el puesto o el cargo, no
cuente con que harán lo correcto. Es muy poco probable.
Los
políticos no están para ayudar a la sociedad. Si una posible
decisión los afecta personal o políticamente, están dispuestos a
perjudicar a toda la nación con tal de salvar sus
reputaciones.
«Quizá
el término más adecuado para designar las patologías asociadas a
los que aspiran o ejercen el poder, sea el de cratopatía,
enfermedad que provoca adicción —similar a los adictos a alguna
sustancia— tanto en las manifestaciones sádicas como masoquistas
del ejercicio del poder. La sustancia que genera el cerebro y que
hace que el ejercer el poder sea una experiencia placentera y
adictiva, se llama péptidos opioides endógenos, cuyo nivel
en la sangre se puede determinar mediante un examen clínico. Para
muchos políticos dejar el poder es como la muerte, por eso prefieren
morir antes de entregar el poder».
~Javier
Hurtado, en Hybris,
o la enfermedad del poder
Soluciones
Reducir
el tamaño de la política al mínimo indispensable: seguridad
ciudadana, justicia.
Lamentablemente
la historia no es halagüeña acerca de las posibilidades de que esto
ocurra.
El
crecimiento de la política —psicópatas
en el poder—
irremediablemente genera colapso económico. En la mayoría de los
casos la debacle económica debe seguir su curso, hasta que la
necesidad física lleve a los pueblos a tomar mejores decisiones.
En
otras palabras, en determinado momento el parásito llega a ser tan
fuerte, que el anfitrión no puede removérselo. Debe simplemente
dejarse consumir, para que el parásito muera de inanición.
No
es una salida feliz. Pero cualquier otra salida requiere decisiones
que los psicópatas en el poder no están dispuestos a tomar (el
temido “suicidio político”), y el pueblo —maleducado
por esos mismos psicópatas—
tampoco desea.
Agradezco
a Doug Casey por sus ideas, tomadas principalmente de los excelentes
artículos en
http://www.caseyresearch.com/ articles/ascendence- sociopaths-us-governance
y
http://www.caseyresearch.com/ articles/sociopathy-running- us-part-two,
y también http://www.caseyresearch.com/ cdd/quest-confidence
entre otros.