miércoles, 30 de marzo de 2016

Dos lecciones que he aprendido en 46 años haciendo reportajes de política (trad.)

Por P. J. O’Rourke*

He estado haciendo reportajes sobre política desde hace 46 años, desde que empecé a escribir para uno de esos “periódicos clandestinos” hippies allá en 1970.

Mis convicciones políticas han cambiado mucho en 46 años, pero la política en sí misma no ha cambiado.

Lo que está mal no es algo propio de la coyuntura actual. Los problemas políticos son problemas permanentes.

Cubrir la política me ha enseñado unas cuantas cosas … aunque, como Porter Stansberry siempre dice: “No existe eso de enseñar, sólo existe el aprender”.

Lección Nº 1: Las mejores personas no se lanzan de candidatos

Hay un libro que da una descripción sabia y perspicaz de la personalidad de un político típico.

Los autores del libro, sin embargo, no tenían idea que estaban describiendo a un político: pensaban que estaban describiendo una enfermedad mental.

El libro es la cuarta edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, de la Asociación Americana de Psiquiatría.

La descripción aparece en la página 717, bajo el título “Criterios de diagnóstico para el Trastorno de Personalidad Narcisista”…

Un individuo que muestre «un patrón general de grandiosidad (sea en la fantasía, o en el comportamiento), necesidad de admiración, a partir de la juventud…, como lo indican cinco (o más) de los siguientes rasgos»:

(1) Tiene un exagerado sentido de su propia importancia (por ejemplo, exagera sus logros y talentos, y espera ser reconocido como superior a los demás, sin tener mérito).

Esto constituye la esencia misma de la decisión de un individuo a lanzarse de candidato, ¡además del resumen de su discurso de campaña!

(2) su mente está llena de fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez …

Ésos son los detalles de ese discurso de campaña…

(3) Se cree “especial” y único, y que sólo puede ser comprendido por otras personas (o instituciones) “especiales” o muy importantes “como él”, con quienes debe relacionarse.

Estas “instituciones especiales” o de alto estatus son la Asamblea, ministerios, etc.. Las “personas especiales” o de alto estatus son los “donantes de campaña.”

(4) Exige una admiración excesiva.

Pero se conformará con ver su nombre en las vallas electorales.

(5) Tiene una idea desmedida de lo que “él se merece” (entitlement), es decir, tiene expectativas no razonables de recibir un tratamiento especialmente favorable o que los demás se adapten automáticamente a sus expectativas.

Aviones de lujo para su uso personal, promulgar decretos, que vehículos armados lo escolten y le abran el tráfico…

(6) Explota al prójimo, se aprovecha de los demás para lograr sus fines.

Cada vez crece más la lista de ex-colaboradores decepcionados y arrepentidos…

(7) Carece de empatía: no está dispuesto a reconocer o identificarse con los sentimientos y necesidades de los otros.

Este criterio de diagnóstico aparentemente no encaja, porque todos los políticos siempre nos están diciendo cuánto simpatizan con nosotros y cuánto los conmueven nuestras esperanzas, sueños y temores. Pero están mintiendo: Simulan emociones que no sienten.

(8) A menudo envidia a otros, o cree que otros lo envidian.

(9) muestra comportamientos o actitudes arrogantes y vanidosos.

¿Alguien mencionó a Donald Trump?

Como puede ver, muy probablemente quienes se lanzan de candidatos sufren de trastorno narcisista de personalidad. En otras palabras: el gobierno no atrae a los mejores; ¡quienes buscan candidaturas probablemente sufren un trastorno mental!

Lección Nº 2: Por qué quienes son elegidos generalmente tienen mal desempeño

Aunque muchos políticos podrían ser legítimamente diagnosticados con serias neurosis (el descrito trastorno de personalidad narcicista, o hasta el trastorno de personalidad antisocial, es decir, ¡psicopatía!), el problema real no son los políticos: el verdadero problema es la política.

Los políticos son como los cocineros: algunos buenos, otros malos, la mayoría mediocres. Pero la política es zorrillo hervido. El problema no es el cocinero: el problema es la comida.

Permítanme expresarme mejor: El problema no es el cocinero, el problema es el libro de cocina.

La política es la idea de que todos los males de la sociedad pueden ser curados políticamente. Es decir: hacer que unas personas decidan por otras, y estar dispuestos a usar la violencia para ejecutar esas decisiones.

La política es como un libro de cocina, donde la receta para todo, es freírlo. La ensalada de frutas se fríe. La sopa se fríe. La ensalada se fríe. Lo mismo ocurre con el helado y pastel. ¡Hasta la cerveza se unta con apanadura y huevo y se sumerge en aceite!

Ésa no es la manera de preparar políticas públicas.

Pero los políticos tienen otro problema: son incapaces de decirnos la verdad sobre el menú descrito anteriormente.

Los políticos mienten, sí. ¡Pero no tienen alternativa! Piense cómo sería una campaña presidencial si un político dijera la verdad, incluso tan sólo un poquito de la verdad: «No, yo no puedo arreglar la educación pública. El problema no es el financiamiento, los sindicatos de maestros, o la falta de computadoras. ¡El verdadero problema son sus hijos!» ¡No veo una victoria electoral en el futuro de ese político!

Mi trabajo es burlarme de la política. Pero después de 46 años de burlarme de ella, me he dado cuenta de que lo disfruto tanto como un oso depilándose con cera. Odio la política.

Y no sólo detesto la mala política. Odio toda la política.

Imagínense si la ropa de todos nosotros fuera elegida por la mayoría de compradores, que son chicas adolescentes. ¡Imagínense al vicepresidente con lycra y exhibiendo el ombligo!

Imagínese decidir qué cenar a través de voto secreto. Tengo tres hijos y tres perros en mi familia. Estaríamos comiendo galletas Oreo y carne podrida.

La política es nociva. Piense en qué caracteriza a un “buen político”: desleal, dispuesto a decir lo que otros desean escuchar aunque no sea verdad, dispuesto a cambiar rápidamente de convicciones según su conveniencia, adulón. Cuando decimos de alguien: “parece un político en campaña”, ¿es un cumplido?

No obstante, continuamente estamos tentados a dar más poder a los políticos. El poder es peligroso. El poder político, con su monopolio legal de la fuerza letal, es particularmente peligroso.

La política es como un Rottweiler, listo para ser soltado en nuestros problemas. Y tienes carne podrida en tus bolsillos…

Saludos,

P. J. O’Rourke

* Versión libre de un texto de P. J. O’Rourke publicado aquí.