Con
ocasión de la masacre de caricaturistas, veamos siete
ideas que solemos ignorar sobre la libertad de expresión. Este
artículo es largo, pero el tema es extremadamente importante; ruego
la paciencia del lector.
“No
era que los mataran, pero ellos se los buscaron; hay que respetar las
creencias ajenas”, piensa el ignorante ciudadano común. Veamos por
qué está equivocado.
1.
La libertad de expresión se reduce a: si lo puedes pensar, deberías
ser capaz de expresarlo. ¡Total, son sólo ideas y palabras, trazos
sobre un papel!
El gobierno y los terroristas nos quieren "felices y salvos" a palos. |
2.
La libertad de expresión se demuestra en las ideas controversiales.
Publicar en redes: «¡Qué bien dormí!» no suscita controversia
alguna. Hablar despectivamente del clima tampoco. Pero hablar
despectivamente o burlonamente de las creencias ajenas o del
gobierno, sí será controversial, y ahí se verá si realmente
vivimos en un país donde hay libertad de expresión o no.
3.
No hay “ideas sagradas”. No hay “ideas Voldemort”, “ideas
que no deben ser nombradas”, ni “pensamientos
tabú que no deben ser concebidos
ni mencionados”.
Las ideas sólo están en nuestras cabezas; pueden ser falsas, pueden
ser tontas, puede que nadie más esté de acuerdo con ellas. Toda
idea es discutible, refutable, y objeto de burla. ¡Son sólo ideas!
4.
Si no hay "ideas sagradas", uno
puede burlarse de ellas.
Como decía Mencken, «La prueba final de la veracidad es el
ridículo. Pocos dogmas lo han enfrentado, y sobrevivido... La
afilada navaja de la burla es resistida por la dura piel de la
verdad». Si mis ideas no resisten burlas, ¡mala señal! Si cuando
alguien se burla de mi religión, me dan ganas de acuchillarlo, ¡qué
débiles convicciones! ¡Cuán débil será el dios que se desmorona
ante una caricatura!
5.
Si no hay “ideas sagradas”, y uno puede burlarse de cualquiera de
ellas, entonces
no hay ideas “dignas de respeto”. «Una
de las convenciones más irracionales de la sociedad moderna es que
las opiniones religiosas deben ser respetadas. No hay nada en las
ideas religiosas, como grupo, que las eleve por encima de otras
ideas», decía Mencken.
Lo
que para uno puede ser valioso y sagrado, para otro no lo es en lo
absoluto; y
no puede exigírsele que se comporte como si lo considerara valioso o
sagrado. Es
decir, a nadie puede exigirse que se comporte como un hipócrita,
como si creyera en algo que no cree.
Lo
que para unos es sagrado y divino (por
ejemplo, los dioses en los que creen los pueblos paganos),
para otros son ridículas supersticiones; lo que para unos es
blasfemia castigable con la muerte (por
ejemplo, dibujar a Mahoma),
para otros es algo trivial, ridículo.
¿Deben
unos someterse a las creencias de otros? ¿Deben unos vivir como si
creyeran en algo que no creen? Claro
que no,
de eso se trata vivir en un país laico.
Las
ideas tontas deben ser desenmascaradas a través de la burla y el
ridículo. Es la forma más fácil de librarse de las ideas tontas,
y de progresar en cultura y educación; como individuos y como
sociedad.
6.
«Pero una cosa es la libertad de expresión, y otra es abusar de
ella», afirman personas de poca cultura. «Las caricaturas de
Charlie Hebdo, blasfemas y sacrílegas, obviamente
son un abuso de la libertad de expresión».
Imagina que has nacido en una isla que adora a un volcán. Tú te has convertido en un “descreído” que ya no adora al volcán. Pero los demás nativos siguen haciéndole sacrificios, arrojándole cantidades de buena comida, animales, y hasta vírgenes. Bueno, obviamente la adoración al volcán es una idea estúpida que no merece respeto alguno, y es digno objeto de burla por las estupideces a las que lleva a sus creyentes, que matan sus hijas por esa idea.
Imagina que has nacido en una isla que adora a un volcán. Tú te has convertido en un “descreído” que ya no adora al volcán. Pero los demás nativos siguen haciéndole sacrificios, arrojándole cantidades de buena comida, animales, y hasta vírgenes. Bueno, obviamente la adoración al volcán es una idea estúpida que no merece respeto alguno, y es digno objeto de burla por las estupideces a las que lleva a sus creyentes, que matan sus hijas por esa idea.
¡Pues
así son todas las religiones para el ateo! ¿Hay que “exigirle
respetar” algo que le resulta estúpido? ¿Nuestro “dios volcán”
sí merece que todos los humanos se hinquen ante él, aunque no lo
crean? ¿Estamos
dispuestos a usar la violencia contra los descreídos para “hacer
respetar” a nuestro “volcán”?
Por
supuesto que no
hay derecho a usar la violencia para obligar a
otros a
que se comporten según nuestras
creencias.
Como
dijimos, la libertad de expresión o su inexistencia se demuestra en
el discurso controversial. Le doy la palabra a R. Douthat,
citado por Martín Pallares en
diario El Comercio: «“Si un grupo de personas quiere matarte
por decir algo, entonces es ciertamente
algo que debe ser dicho; porque de otra forma el violento tiene el
poder de veto sobre la civilización liberal, y cuando ese escenario
se produce, ya no es más una civilización liberal”. Para
Douthat, una sociedad sin ofensas es lo mejor, “pero cuando las
ofensas son respondidas por el crimen, es cuando necesitamos más de
ellas; no menos, porque a los criminales no se les puede permitir un
solo momento pensar que su estrategia puede tener éxito”».
En
resumen, en toda edad y sociedad siempre será necesaria una voz
volteriana «que
manifieste incredulidad o impiedad cínica y burlona», como dice el
diccionario; que nos demuestre que los ídolos son sólo eso, ídolos,
que siempre pueden caer; que
no hay “ideas tabú”.
7.
Por lo tanto, la
amenaza de violencia no debe ser nunca
el
límite de la libertad de expresión. El
miedo es la
muerte del pensamiento; si permitimos que los brutos violentos
se impongan ―sean
terroristas, sea el gobierno, sean hordas de “camisas pardas”
leales al gobierno―
con su lema “abajo el pensamiento, viva la muerte”, habrá que
responderles como Unamuno en el Paraninfo: «Venceréis
porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para
convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que
os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros
que penséis».
Para lo que valen las opiniones, propias y ajenas... |