sábado, 6 de octubre de 2012

El liberalismo, práctico y actual

El liberalismo ofrece normas muy prácticas para la vida social. Sus postulados pueden resumirse en dos: uno, respetar la vida, propiedad y libertad ajenas; y dos, cumplir la palabra dada (es decir, no defraudar).
El primero suele llamarse principio de no‒agresión. Consiste en no iniciar el uso de la fuerza o violencia contra la vida, propiedad o libertad ajena. Ojo con “no iniciar”; el uso de la violencia defensivamente, es decir la legítima defensa, es..., bueno, legítima, contra quien ha iniciado la agresión, en defensa de uno mismo o de terceros.
Dos corolarios pueden deducirse directamente del principio de no‒agresión.
Primero, los gobiernos no tienen por qué criminalizar (cosa que, ay, hacen constantemente) actos pacíficos, no agresivos y consensuales entre adultos, pues no constituyen agresión.
Es decir, no debe haber delitos “sin víctima” (lo cual indica acciones que de por sí no son violentas ni injustas, por lo que no tendrían por qué castigarse); el gobierno no debe promover su agenda a través de la agresión a los ciudadanos, como ocurre cuando por ejemplo se quiere “impulsar la producción nacional”, criminalizando el comercio internacional.
El cobro de impuestos bajo la amenaza de violencia —prisión y confiscación—, también infringe el principio de no‒agresión, al atentar contra la propiedad. Peor aún cuando se usan para “orientar el consumo”, tratando de disuadir de forma insidiosa al consumidor de elegir libremente (como en el impuesto a la salida de divisas, o impuestos a consumos especiales), resultando en doble agresión.
El servicio militar obligatorio era una evidente servidumbre que limitaba la libertad personal.
Asimismo, no hemos de reprimir conductas ajenas que no implican necesariamente una agresión contra nosotros, aunque nos desagraden (las diferencias de sexualidad, religión, filiación política, raza, nacionalidad, etc.).
El bullying, como agresión injusta, puede y debe ser enfrentado con fuerza similar. La xenofobia, los prejuicios, o lo que llamamos comúnmente “ser sufridor”, no justifican agresión. El que alguien simplemente “me caiga mal” no justifica (aún) que lo discrimine o maltrate.
Cada cual tiene valores y metas propias y tiene derecho a seguirlas en paz; el principio de no‒agresión facilita la armonía en una sociedad libre, diversa, abierta.

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