(Paráfrasis de un artículo de Aaron Ross Powell)
El proceso político es fundamentalmente antisocial y corroe nuestra capacidad de vivir en armonía con los demás.
La política no es nada de qué enorgullecerse. No debemos creer en ella, no debe uno entusiasmarse con ella. No se debe pensar que es noble o, peor aún, divertida. Desde su mejor ángulo, la política es un juego tonto con externalidades* negativas: un desperdicio de incontables horas de trabajo y de un sinnúmero de mentes; horas y mentes que podrían haberse dedicado a actividades productivas, radicales, y posiblemente a cambiar el mundo y mejorar nuestras vidas. La política en el mejor de los casos sólo consiste en oportunidades perdidas. En el peor, consiste en la destrucción de sustento diario de muchos, e incluso de sus vidas. Es violencia; ignorancia; miedo.
* Externalidad: 1. f. Econ. Perjuicio o beneficio experimentado por un individuo o una empresa a causa de acciones ejecutadas por otras personas o entidades, sin que esto se refleje en el costo de los bienes o servicios involucrados. Por ejemplo, alguien cría abejas y esas abejas polinizan los cultivos de los alrededores, sin que el dueño de las abejas reciba compensación por ello; un vecino descuida la limpieza de su jardín, perjudicando la imagen de todo el barrio.
Pero, ¿acaso la política no consiste en «una actividad productiva, radical, dedicada a cambiar el mundo y mejorar nuestras vidas»? ¡No, para nada! Lea por qué es una primitiva barbarie.
Palabras fuertes exigen definiciones. ¿Qué quiero decir con “política?” Me refiero al acto de decidir por los demás a través de los mecanismos del estado. Es decir, en vez de elegir los ciudadanos, elige el político, y luego hace que el aparato del gobierno obligue a los ciudadanos a actuar de acuerdo con las decisiones que tomó el político.
El lector pensará quizás: «¿Qué tiene eso de malo? Para eso mismo se elige a nuestros representantes». Siga leyendo para que vea por qué no es algo bueno.
Por supuesto, cuando tomamos decisiones a través del mecanismo político ―a través de la herramienta política por excelencia, la votación― sabemos que el resultado se aplicará a nosotros mismos, y no sólo a otras personas. Pero es engañoso decir que estamos “decidiendo por nosotros mismos”, cuando votamos, porque si lo que votamos es algo que hubiéramos hecho de todos modos, siempre hubiéramos podido haberlo hecho sin necesidad de votación alguna. Si pienso que aportar dinero a una causa vale la pena, no necesito que el estado me obligue a hacerlo; puedo darles dinero en cualquier momento. No nos engañemos: al votar, estamos pidiendo que se aplique la fuerza; estamos pasando de lo personal y voluntario, a lo político y obligatorio.
Eso es un voto: un intento de “convertirse en mayoría”, para obligar a la minoría a someterse a los deseos de la mayoría. De esta manera, la política es un método de toma de decisiones donde el poder de decisión se traslada desde los individuos que eligen de forma privada, a los grupos que eligen colectivamente; y esas decisiones colectivas están respaldadas por leyes y reglamentos. Es este último aspecto ―el respaldo por la fuerza de la ley― lo que distingue a la política de, digamos, cinco amigos votando sobre dónde ir a cenar.
La mayoría de nosotros tenemos al menos una cierta idea de que hay algo está mal con la política. Al ver las noticias, escuchar las discusiones radiales, soportar semanas o meses de propaganda electoral, es imposible evitar notar la indecencia de la práctica política. Es desagradable y nos hace ―o debería de hacernos― cuestionar el carácter de cualquiera que se entusiasme con eso.
Pero la influencia perniciosa de la política se extiende más allá de los malévolos que la abrazan como una vocación o los ingenuos para quienes es una afición. La política es una influencia corruptora en todas nuestras vidas. Es un obstáculo en nuestro camino hacia una buena vida, no importa cuán mínima sea nuestra participación.
La política consigue este resultado al socavar nuestra capacidad de practicar bien el arte de vivir una buena vida. Una forma es indirecta: la política contribuye a un ambiente en el cual el aprendizaje de la habilidad de vivir bien se vuelve más difícil.
Un requisito previo importante para vivir bien, es una cierta cantidad de seguridad material; si a duras penas sobrevivimos, no tendremos tiempo para actividades con miras más elevadas. Conocemos las reivindicaciones libertarias comunes, basadas en la economía, según las cuales un sistema en el que se tomen las decisiones políticamente ―ya sea a través del proceso democrático directo, o indirectamente a través de legisladores y burócratas, en vez de decidirse individualmente―, un sistema así conducirá a menos riqueza e innovación; y así dicho sistema nos proporcionará menos recursos para llevar el tipo de vida que elegiríamos llevar en un ambiente de libre elección y abundancia (para más información sobre el tema, lea este artículo sobre la libertad económica). De esta manera, un entorno controlado políticamente se vuelve menos compatible con vidas óptimamente vividas.
Pero la política no sólo hace que el mundo que nos rodea sea peor; también nos hace peores a nosotros mismos. Cuando participamos en la política ―sea votando, sea buscándonos un “puesto” en el estado― en vez de intentar resolver los problemas de común acuerdo, estamos participando en un sistema en el que nosotros tratamos de decidir por los demás, mientras que ellos simultáneamente tratan de decidir por nosotros; y las decisiones tomadas en un sistema así, sea quien sea quien termine imponiendo sus decisiones, están respaldadas por la violencia, o al menos con la amenaza de la violencia.
Es un sistema netamente agresivo, en el que los participantes se dicen el uno al otro: «Yo sé lo que es mejor para ti, y tienes que hacer lo que yo digo; y si no lo haces, estos hombres armados irán a amenazarte, o cogerán tu dinero, o te encerrarán en una jaula, o simplemente te matarán». Este sistema nos anima a tratarnos de formas menos civilizadas de lo que deberíamos aspirar, y nos empuja a vernos no como amigos y compañeros en la búsqueda de una buena vida, sino como enemigos y rivales y obstáculos mutuos en el camino de la búsqueda de la felicidad.
La política nos inculca la vileza, la estrechez de miras, el pensamiento maniqueo (“si piensas como yo, eres bueno; si no, eres malo”), una rencorosa mentalidad “tribal”, el egoísmo, la ira. La política desalienta el raciocinio y un respeto y elemental aprecio de la dignidad de los demás, especialmente de aquellos que buscan vidas diferente de las nuestras. La política reduce las probabilidades de encontrar mentores virtuosos, o de aprender de las acciones virtuosas de los demás, porque todos estarán bajo su influencia corrosiva.
La política alienta reacciones extremas, en lugar de motivar una cuidadosa búsqueda de una respuesta adecuada y equilibrada. La política aleja la toma de decisiones del conocimiento real in situ, limitando de esa manera la sabiduría moral de dichas decisiones; haciendo menos probable que se obtenga resultados virtuosos aun cuando la decisión haya sido tomada con intenciones virtuosas.
Como instrumento, la política se parece a un mazo, aunque tal vez de vez en cuando pueda ser necesario. Pero su uso tiene costos, incluyendo, en mi opinión, la degradación de nuestro carácter. Debemos recurrir a la política sólo cuando no tenemos otras opciones, y aun así a regañadientes, ¡no con entusiasmo! Por lo menos la política nunca debería ser motivo de celebración o proponerse como “ideal” de virtud cívica.
En resumen, la política nos hace peores. Seríamos mejores personas sin ella. Mejor aún, lo seríamos si rechazáramos la política como un medio para imponer nuestra voluntad en el mundo y en vez de eso hiciéramos un mayor esfuerzo para realizar nuestro potencial como seres racionales y dialogantes. La buena vida no es la vida de la política, y la política es, en un nivel fundamental, incompatible con la buena vida.
Fuente: http://www.libertarianism.org/columns/politics-is-destroying-soul. Aaron Ross Powell es investigador y editor de http://Libertarianism.org, un proyecto del Instituto Cato. Libertarianism.org presenta material introductorio, así como estudios relacionados con la filosofía libertaria, su teoría e historia.