Yo soy una persona muy sensible,
preocupada por la “cuestión social”, y quiero hacer algo para
aliviar la condición de los pobres y desvalidos, especialmente de
los discapacitados.
Como no tengo mucho dinero, ni
quiero gastarlo en ayudarlos, ya sé qué voy a hacer.
Reclutaré una tropa de esbirros,
quienes irán armados, y solicitarán a los demás contribuciones.
Para motivar a mis secuaces a hacer
su “trabajo”, ellos podrán quedarse con la mayor parte de lo que
recojan. Lo que sobre, será para mis amados pobres.
¿Ya dije que las contribuciones
serán obligatorias? Quien se niegue, igual le quitaremos su
“contribución”. Si oculta sus bienes, pues lo secuestramos,
hasta que “afloje”. Si huye, le disparamos por la espalda, para
escarmiento de los demás. Todo, por los pobres.
«Nadie te da derecho a usar la
violencia para apropiarte de lo ajeno», escucho decir a mis
detractores. «No te diferencias de un delincuente común».
¡Pero lo voy a hacer en beneficio
de los pobres! Yo no me quedaré ni con un centavo. ¡Soy totalmente
desinteresado!
«Da igual. El fin no justifica los
medios. Usar la violencia para apropiarse de lo de los demás, es
inmoral, aunque se lo haga con fines “altruistas”».
Ya sé qué voy a hacer para
conseguir ayudar a los pobres y discapacitados. Haré mucha
propaganda y convenceré al 51% de la población de que lo que hago,
está bien. Es más: les ofreceré repartir con ellos una parte de lo
que obtengan mis esbirros. ¿Quién podrá resistirse a una oferta
tan tentadora? Si logro que la mayoría me apoye, está bien,
¿verdad?
«No», continúan mis detractores,
inconmovibles. «Lo bueno o lo malo, lo justo o injusto, no dependen
de la opinión de la mayoría. Un robo, un asesinato, seguirán
siendo injustos, aunque la mayoría los apruebe».
Déjenme resumir la
posición de mis detractores, a ver si la entiendo bien:
—No puedo legítimamente
apropiarme de lo ajeno a la fuerza.
—No puedo hacerlo ni aunque lo
haga por “hacer el bien”, o “desinteresadamente”.
—No puedo hacerlo ni aunque la
mayoría de la gente esté de acuerdo.
Entonces, si yo no puedo, ¿por
qué el gobierno sí puede?
¿Por qué lo que es malo y
prohibido para mí, para todos, para cualquier ciudadano, es “bueno
y lícito” para algunos ciudadanos que se llaman a sí
mismos “gobierno”?
Respuesta: ¡no lo es! ¡Sigue
siendo malo, inmoral, ilícito!
Lamentablemente, la mayoría no lo
ve así. Están acostumbrados a que haya “alguien que mande”, que
“coja, parta y reparta” (y se quede con la mejor parte).
Muchos otros están de acuerdo por
interés: esperan que les llegue algo del “reparto del botín”
producto de despojar al prójimo. Su conciencia ha sido comprada.
Pero eso no cambia la moralidad de esos actos.
Es por eso que la misión “Manuela
Espejo”, y el bono “Joaquín Gallegos Lara”, no me producen
admiración.
En pocas palabras, se reducen a que
unos cogen la plata que quitaron a otros, se quedan con una parte, y
usan el resto para hacer obra social..., llevándose el crédito, la
gratitud y... los votos de quienes participaron en el “reparto
del botín”.
Eso no me parece digno de un premio
Nobel de la paz. Menos aún cuando al mentalizador de dicho programa
jamás le hemos escuchado oponerse a las arbitrariedades, insultos, y
abusos del poder del que forma parte.
¡Vaya! Si se lo otorgaron al
presidente Obama...
(quien cobardemente mata con bombardeos a inocentes
niños y a quienes intentan rescatarlos, en países pequeños que no
pueden evitar dichos bombardeos; quien se jacta de haber perseguido
judicialmente a más periodistas que denuncian la corrupción que
otros gobiernos; que se arroga el derecho de declarar “terrorista”
y asesinar sin juicio alguno a cualquier persona en el mundo; quien
usó ampliamente marihuana en su juventud, y sin embargo envía cada
año a miles a la cárcel por hacer lo mismo)
..., pueden dárselo a
cualquiera. Tal vez le pida a mis esbirros que me nominen para la próxima.
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