Eso
de la “redistribución de la riqueza” que se ha vuelto a poner de
moda entre nosotros, se explica en una sola idea: piensa el político:
“es tan divertido gastar la plata ajena”.
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Dicen
que a Willie Sutton, famoso ladrón de bancos, le preguntaron: «¿Por
qué roba Ud. bancos?», y respondió: «Porque ahí es donde está
la plata». La historia es apócrifa, pero se aplica plenamente a
nuestros “redistribuidores de riqueza ajena” criollos... Los
bancos están llenos de dinero (ajeno); la tentación de
“redistribuir” es demasiado grande...
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Sutton
sí dijo, sin embargo: «¿Por qué robé bancos? Porque lo
disfrutaba. Me encantaba. Me sentía más vivo cuando estaba dentro
de un banco, robándolo, que en cualquier otro momento de mi vida.
Disfrutaba tanto todo lo que tenía que ver con ello, que una o dos
semanas más tarde estaría buscando el siguiente “trabajo”».
¡Eh! Supongo que así se siente el político que “redistribuye”
la riqueza ajena. No se sentiría tan “vital” si redistribuyese
la propia, ¿eh?
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Los
bancos que, por sus malos manejos, recibieron ayuda estatal,
desaparecieron o están en poder del estado (*cof*, Cofiec,
*cof*). Los bancos privados actuales no necesitaron esa
ayuda. Pero acusar a “los bancos” y “los banqueros”, en
general, aún a los actuales, de la crisis del ʼ99,
no sólo que es injusto, sino que es estúpido: fácilmente uno se
deja llevar del rencor y deja de pensar, convirtiéndose en presa de
los manipuladores políticos y sus eslóganes. No es inteligente
dejarse convertir en un tonto útil, peor aún de los políticos.
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Una
ventaja de la crisis ―por
lo menos una hubo― fue que
Mahuad se vio obligado a cortar uno de los tantos tentáculos
que tiene el gobierno en nuestos bolsillos: la impresión de moneda.
Cada año era el 10%, 15%, 20% que perdíamos en poder adquisitivo en
beneficio del gobierno. Tal vez ese el origen de tanto rencor por
parte de un gobierno autoritario: tanto querría imprimir moneda,
pero el pueblo no toleraría, dicen, una salida del dólar.
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El
bono sí disminuye la pobreza, pero de una manera meramente
formal. Si definimos como pobres a aquellos que tienen un ingreso
menor a un dólar diario, si les regalamos $35 mensuales, ¡puf!, por
arte de magia sacamos de la pobreza a los casi dos millones de
receptores del bono. Pero NO se han incorporado productivamente a la
sociedad; si les quitan el bono, vuelven a ser pobres.
Además,
si es verdad que la pobreza, el desempleo, han disminuido, los
receptores del bono deberían también ser menos; pero no es así: se
han incrementado en cientos de miles, y el monto del bono también.
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Si
el gobierno quiere ayudar a las madres solteras, facilíteles: 1)
guarderías para que puedan dejar a sus niños e ir a trabajar, y 2)
suficiente libertad económica para que las empresas crezcan y les
ofrezcan empleo productivo. Pero un gobierno que odia la riqueza y a
los ricos, que odia los mercados (que odia la libertad ajena, en
otras palabras), no lo hará.
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Políticamente
el gobierno prefiere que los pobres se mantengan pobres y reciban el
bono: pues se convierten en sus clientes, en el sentido romano del
término (es decir, sus “mantenidos”). Tiene casi dos millones de
electores fieles, más aún si les sube el bono. Al gobierno NO le
interesa que se conviertan en ciudadanos prósperos, independientes,
afluentes; se pasarían a la oposición, probablemente, al
experimentar en carne propia todas las trabas que sufren los
creadores de riqueza en nuestro país.
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Lo
que me preocupa es que los cambios de humor del presidente se
traducen inmediatamente en políticas de estado y legislación. Él
se enardece en la sabatina; su discurso expresado con despecho y
sarcasmo se traduce inmediatamente en legislación que se presenta
con carácter de urgente a la asamblea. Y muy probablemente se lo
apruebe. ¿Ésa es manera de dirigir los destinos de un país?
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Los
tecnócratas (burócratas que se creen científicos, según excelente
la definición de José Manuel De Oliveira) parecen creer que los
ciudadanos son piezas de tablero, que pueden ser movidas de un lado a
otro sin chistar. Pero no es así. Aquellos a quienes afectan las
decisiones políticas (que se aplican bajo amenazas de prisión y
confiscación) siempre buscarán cómo evadirse. Es nuestra
naturaleza. Lo hicieron los quiteños de antaño, por una alcabala
(IVA) de tan sólo 2%; lo harán ahora.
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Lo
que el gobierno no ve, es que sólo puede confiscar para
“redistribuir” la riqueza actual; no la futura; y
esa riqueza futura es menos probable que se produzca, si uno sabe que
será confiscada. Así, la “redistribución” siempre
genera pobreza, escasez, desempleo. La “redistribución” NO
incentiva la creación de riqueza; la desalienta, y cada vez habrá
menos para “redistribuir”.
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Y
justifican la “redistribución” porque dizque los ecuatorianos
debemos colaborar con el estado. Curioso: creía que era lo
contrario, que el estado existía para ayudarnos, servirnos. Resulta
que estamos al servicio del estado, no al revés. ¿No suena eso a
fascismo?
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