Nosotros, los creadores de valor, nos alzamos como hombres libres para manifestar que:
Nosotros somos los que creamos todo el valor que existe sobre la tierra. Somos los que siembran las semillas y recolectan las cosechas. Somos los que amasan el pan y lo llevan a tu casa. Somos los que enseñan y los que se esfuerzan por aprender. Somos los que construyeron tu edificio y los que diseñaron los planos. Somos los que trazamos las carreteras, inventamos el asfalto y lo desplegamos entre las ciudades que construyó nuestro ingenio. Somos los que acumularon el fruto de su trabajo y no nos avergonzamos de llamarlo capital. Somos los que empleamos ese capital para construir más valor. Y somos quienes, por nuestro trabajo, nuestro análisis, nuestra decisión, nuestro riesgo y nuestro éxito merecemos recibir el premio de ese esfuerzo.
Nosotros, los creadores de valor, somos los legítimos dueños de este mundo. El río carece de valor hasta que nosotros creamos el muelle, la barca, la acequia, el canal, el embalse o el puente. E incluso la barca nada vale, si nuestros músculos no reman y la ponen en movimiento. El fruto del árbol nada vale hasta que nosotros lo recogemos y lo llevamos al mercado que nosotros construimos.
Nosotros, los creadores de valor, no debemos nada a nadie. Recibimos los conocimientos de otros creadores de valor y pagamos por ellos con nuestro esfuerzo, en el estudio y el aprendizaje. Nosotros no robamos, no saqueamos, no pordioseamos. Nosotros sólo cambiamos valor por valor.
No todos los habitantes de este mundo son creadores de valor. Y tomamos conciencia de nosotros mismos cuando identificamos a los demás. Hay tres clases de personas que no crean valor: los ayudendos, los pordioseros y los saqueadores.
Los ayudendos, los que merecen ser ayudados, son nuestros hermanos, personas que quisieran crear valor, o que lo crearon en el pasado, y que ahora no pueden atender por sí solos a las necesidades de su vida. No tienen derechos sobre nosotros, ni nosotros obligaciones respecto a ellos. Pero los creadores de valor sabemos que una sociedad sana es una red compleja, en la que la ayuda mutua ajusta las situaciones y modera las inclemencias de un planeta a veces hostil, y que precisamente nosotros, los creadores de valor, tratamos de poner al servicio del hombre. A aquellos que quisieran poder valerse por sí mismos pero no pueden, por enfermedad, ancianidad o dificultades invencibles, les ofrecemos nuestra ayuda. La generosidad y la empatía son virtudes y los creadores de valor amamos todos los valores. Pero nuestra oferta no es una obligación, sino un regalo que otorgamos. Sólo el trabajo de los esclavos es gratis.
Los pordioseros son todos aquellos que quieren vivir del trabajo de los demás, pudiendo hacerlo del suyo propio y ni tan siquiera se avergüenzan por ello. Son aquellos que admiten una ayuda para aquello que podrían alcanzar con su esfuerzo. Son todos los que reclaman derechos sobre el trabajo de otros. Son una clase despreciable de personas, pues no sólo claudican de su dignidad y se aprovechan del trabajo de los creadores de valor, sino que se apropian ilegítimamente de aquello que sólo debería ser transferido a los ayudendos. Por mucho que se indignen, por mucho que griten, por mucho que se arropen en las banderas que sirvieron a causas mejores, sólo son holgazanes que quieren robar el trabajo de los demás. Nadie tiene derecho a una vivienda. Sólo tiene derecho a que se le permita construir su vivienda. Cuando alguien reclama el derecho a una casa gratis lo que pretende es que los creadores de valor la paguemos. Nosotros no somos sus esclavos. Nosotros nos negamos a llamar “derechos” a sus extorsiones.
Los saqueadores son la mayor lacra de la humanidad. Son los que, desde antes del comienzo de la historia, han robado el trabajo de los creadores de valor y se han apropiado por la fuerza de él. Se llamaron jefes, caudillos, sumos sacerdotes, reyes, faraones, nobles, señores feudales... y ahora también modifican sus nombres, que son delegado, gobernador, secretario general o presidente. Son los mismos. Utilizan diferentes denominaciones para confundir a los demás, para engañar y someter mejor a los creadores de valor, para dignificar a los pordioseros, pero su naturaleza ha sido siempre la misma. Los saqueadores son los detentadores del poder político.
Los saqueadores siempre sometieron a los creadores de valor mediante la fuerza bruta. Y para su mayor gloria construyeron edificios tan portentosos como inútiles, sólo para engrandecer aún más su vanidad. La historia aún se malgasta en exaltarlos. En nuestro tiempo los saqueadores no ponen de manifiesto la violencia de su robo. Ya no llegan con hombres armados a nuestra puerta, ni acompañan su exacción con violaciones y destrucción. Ahora todo se hace de forma casi invisible y aséptica, mediante transferencias automáticas que apenas llegamos a ver o conocer. Pero salvo el esclavismo puro, ninguna época de la historia ha conocido que los saqueadores se lleven entre el 60 y el 80 por ciento del producto de los creadores de valor. Eso ha esperado al siglo XXI para ocurrir.
Los modernos saqueadores no utilizan ―porque no tienen necesidad habitualmente― otras armas que las palabras, empleadas con un sentido mágico. A su nuevo régimen esclavista le llaman “Estado del Bienestar”.
Dicen que están legitimados para robar a los creadores de valor porque han sido elegidos democráticamente para ello. Pero no es cierto. Han sido seleccionados por castas de saqueadores organizadas que se llaman partidos políticos. Dicen que están al servicio de los creadores de valor, pero no es cierto. Los atacan, los ridiculizan, los desprecian, en todos los medios de comunicación que artificialmente crean con lo que roban a los creadores de valor, para construir una cultura ficticia y pervertida en la que los saqueadores y los pordioseros son presentados como las víctimas y los creadores de valor, como los culpables. Dicen que existen para auxilio de los ayudendos, que sin ellos sufrirían por los abusos de los creadores de valor, cuando el único auxilio real que llega a los realmente necesitados proviene de entidades privadas, de las familias, y de los escasos recursos que les restan a los creadores de valor tras el saqueo de los poderosos y sus pordioseros.
Desde sus modernos púlpitos los saqueadores y los pordioseros han conseguido enfrentarnos a los creadores de valor entre nosotros mismos. Odiar al que más tiene, condenar al que más gana. Tú, hermano que creas valor: ¿no ves que es la treta de siempre, de dividir a los esclavos para someterlos mejor?
Los saqueadores construyen pirámides para enterrarse en ellas. Los creadores de valor construimos rascacielos para intercambiarlos por otros valores, para que alberguen más creación. A las pirámides actuales les llaman “obras públicas” a pesar de la inutilidad y el derroche que implican las más de las veces. Poned “saqueado” donde dice “público” y entenderéis mejor la naturaleza de casi todas las actuaciones de los detentadores del poder.
Saqueadores: os conocemos ya. No satisfechos con robarnos cada día más con vuestros impuestos confiscatorios, acabasteis con el oro para que la riqueza que producimos sólo pudiese ser medida con los criterios arbitrarios de vuestros burócratas henchidos de soberbia, que cuanto más pretenden controlar nuestra actividad mayores crisis provocan, y miran luego asombrados el daño causado por su incapacidad para controlarlo todo sin romperlo y exclaman: “hacen falta más controles”.
“Poder” significa siempre “poder hacer daño”. Nosotros, los creadores de valor, lo sabemos. Por eso no nos pueden engañar sobre presuntas naturalezas legítimas de su poder. Son saqueadores y se comportan como tales. Quizás nosotros pagaríamos a administradores eficaces, valor por valor. Pero el Estado del Bienestar de los saqueadores no es eso. Un político que se sintiese un mero administrador de aquello que requiere ser coordinado entre los creadores de valor, y que por su alcance, excede las capacidades de los individuos solos, sería una bendición para la humanidad. Un sindicalista o representante de las empresas que fomentase equitativas condiciones de trabajo para los creadores de valor, sería un amante de la justicia. Mas todo aquel que pretende arrebatar a los creadores de valor lo que es suyo, en nombre de una supuesta superioridad para emplearlo mejor, es un saqueador.
Nosotros, los creadores de valor, somos los que tomamos la opción moral superior. Escogimos producir, crear, construir, hacer mejor este mundo con nuestro esfuerzo. Vosotros, saqueadores, habéis optado por robarnos nuestro trabajo y osáis además proclamar que sois mejores que nosotros porque vuestro móvil ―mandar y robar a los que crean― es altruista.
Vosotros, pordioseros, sois la masa informe y numerosa que, con su peso, afianza a los saqueadores en su poder opresivo sobre los que trabajan. Sois la nueva plaga de nuestro tiempo. En el pasado el pordiosero era despreciado, y se avergonzaba de su condición. Muchos ayudendos, en una economía de subsistencia, apenas sobrevivían con los desechos insignificantes de la sociedad. Algunos pícaros vivían entre ellos, y oscilaban entre la mendicidad y el robo, aportando su número y su fuerza bruta a todo motín de los saqueadores.
En nuestros días, en cambio, hemos visto con asombro cómo os enorgullecéis incluso de vuestra despreciable conducta, cómo hasta nos amenazáis si no nos convertimos en vuestros esclavos, sin que necesitéis ya la ayuda de los saqueadores: vuestro número y vuestra violencia os bastan.
Sabed que nada es gratis. Y que todo valor requiere esfuerzo. Decís que os explotan porque no os pagan lo que creéis que merecéis. Habéis creado un mundo ficticio de palabras falsificadoras y, como la realidad se niega a someterse a vuestras mentiras, pretendéis destruir la realidad. Explotar a alguien es robarle el fruto de su trabajo, como hacen los saqueadores con el 60 y hasta el 80 por ciento del producto de los creadores de valor. Vuestro trabajo vale lo que alguien libremente está dispuesto a pagar por él. Es ese acuerdo el que da precio al valor que creas. Si te parece poco, recapacita y piensa qué estás aportando, cuánto esfuerzo has puesto, y piensa sobre todo qué utilidad tiene para los demás. Ese “valor para los demás” es el valor auténtico de tu trabajo y el único legítimo determinante de su precio. ¿No te gusta defender que eres altruista, que hay que pensar en los otros? Pues usa ese razonamiento aplicado a la realidad. Los otros determinan el valor de lo que tú produces al cambiarlo libremente por el valor de lo que ellos han producido. Pero cuando no te gusta el resultado del acuerdo decente y libre, tú, nuevo pordiosero, niño mimado, protestas y gritas, te indignas, quieres imponer tus reglas, y con el lenguaje enfermo que te han enseñado, clamas por tus “derechos”, a un salario “digno”, a una vivienda “digna” y a hacer con tu tiempo lo que quieras, porque tu vida es tuya.
Nosotros, los creadores de valor, estamos de acuerdo con vosotros en ese punto, pordioseros: nuestra vida también es nuestra. Y si puedes valerte por ti, si no eres un auténtico ayudendo, nos negamos a darte parte alguna de nuestro salario. Nos negamos a construirte una casa. Nos negamos a someternos sumisamente a tu egoísmo y tu violencia. ¿Cómo pretendes ignorar que el Estado no tiene más dinero que el que nos roba a nosotros? Y ¿por qué crees que hemos de trabajar para ti? ¿Porque tu tiempo es más importante? ¿Porque tú eres mejor? ¿Tú decides que tu trabajo vale más que el nuestro y que por eso tenemos que regalártelo a ti? ¿Qué te da derecho sobre nosotros? ¿Cómo puedes llamar “digno” a lo que es producto de una extorsión? Roba, oprime, violenta, asusta y mata. Sirve a los saqueadores. Ya los bárbaros y todos los poseedores de esclavos lo hicieron así. Pero mírate al espejo y reconoce tu miserable condición. Llama a las cosas por su nombre. Si no creas valor, al menos ten el coraje del criminal, que no espera ser alabado por la sociedad, sino sólo temido.
Nosotros, los creadores de valor, sabemos qué son los derechos: aquello que pertenece inalienablemente a todo ser humano y que una comunidad sana se constituye para proteger. La vida, la libertad, la pacífica disposición de los frutos de nuestro trabajo. Vuestro pervertido lenguaje llama "derechos" a lo que sólo son la tiránica imposición de que los creadores de valor trabajen para vosotros.
Nosotros respetamos la democracia, que acostumbra a ser el menos malo de los sistemas de acuerdo de un grupo. Nosotros creemos que si 100 personas vamos remando en una barca, y hay que decidir si continuar o no, y la mayoría determina continuar, es correcto que todos rememos de acuerdo con el deseo de la mayoría. Remar todos, por voluntad de los más. Pero vuestra lógica corrupta ha llegado a ver bien que 50 ―o incluso 35, si son la minoría más numerosa― decidan que otros 49, ó 35 ó 20, sigan remando en solitario, porque habéis decidido continuar el viaje, pero sin remar vosotros. Y vuestro pensamiento está tan degenerado que justificáis esa reedición del esclavismo porque los que continúan remando, reman mejor y con más esfuerzo. Habéis aceptado los impuestos progresivos, que castigan muchísimo más al que más valor crea, como otros grupos numerosos y no más degenerados que vosotros admitieron en sus sociedades la eliminación de razas o su esclavitud perpetua. También ellos justificaban esa inmoralidad que les hacía la vida más cómoda, mientras otros trabajaban y morían para ellos.
¡Ay, pobres creadores de valor que aún vivís en la ignorancia! Denunciáis como injusto el tres por ciento que el fundador de vuestra empresa, el que hizo surgir de la nada vuestro puesto de trabajo, recibe de rendimiento por su esfuerzo y su riesgo. Os dejáis arrastrar por los saqueadores y pordioseros en la triste envidia al rico. Vivís cada día más pobres, vuestras empresas cierran, vuestra sociedad se arruina y ni siquiera os queda para auxiliar a los ayudendos, y no os dais cuenta de que los saqueadores os han robado la inmensa mayoría de vuestro trabajo, que vuestro valor ha sido derrochado en inútiles pirámides y en la comodidad ociosa de los pordioseros. Y gritáis indignados, y los miserables que os están robando la vida aún son capaces de orientaros contra vuestros hermanos, los otros creadores de valor.
Nosotros, los creadores de valor, aún no podemos deciros “¡basta!”. Aún es pronto. Estamos todavía tomando conciencia de quiénes somos nosotros y quiénes vosotros. Pero no os confiéis.
Puede que los saqueadores ya dominen casi toda la faz de la tierra, pero su opresión no es igual en todas partes. Los creadores de valor huiremos allí donde nuestra servidumbre sea menos penosa. Puede que algunos poderosos se queden sin esclavos valiosos.
Vosotros, saqueadores, pordioseros, continuad ridiculizándonos. Seguid diciendo que el que emprende roba, que el que trabaja es necio, que el holgazán es un modelo. Seguid castigando al mejor y animando a una sociedad en que todos sean igual de mediocres hasta que vuestra feroz envidia ―el inconfesable motor de vuestras perversiones― no tenga dónde apoyarse para derribar a alguien más alto, porque todo el mundo comparta la misma miseria. Seguid así. No os extrañéis luego si vuestra sociedad es cada día más pobre, más ruin, menos próspera, más triste, gris y decadente. Burlaos de los creativos y los esforzados y echad pesadas cadenas sobre ellos. Puede que se extingan, pero el mayor castigo será para vosotros: el mundo que quedará, el que vosotros habréis producido. Un mundo vacío, excepto de vuestra nimiedad.
Nosotros, los creadores de valor, queremos deciros bien alto, a vosotros, hermanos que necesitáis de verdad nuestro apoyo, que, como siempre, seremos nosotros quienes os ayudemos. Pero a vosotros, los saqueadores y pordioseros, os avisamos: cambiad. Los más altos y tiránicos poderes han caído, imprevisiblemente, ante la marea de una historia que, por fortuna, parece querer conducir al hombre hacia metas más altas, no hacia una animalización irresponsable. Vosotros, pordioseros, holgazanes, despertad, y procurad hacerlo más pronto que tarde. Puede que si no, amanezcáis un día en un mundo tan complejo que no sólo no lo entendáis, sino que él tampoco tolere vuestra pereza y no haya en él lugar para vosotros.
Nosotros, los creadores de valor, amamos la vida y esta tierra, y lo demostramos y lo vivimos con nuestro trabajo y nuestro esfuerzo. Somos nosotros los que podemos disfrutar de la existencia. Somos nosotros los que la hacemos mejor.
Y vosotros, hermanos, los demás creadores de valor, los que aún estáis abatidos: sois los legítimos dueños de la tierra, alzaos. Alzaos como hombres libres. Nuestra empresa, nuestra casa, es el mundo. Quizás somos más. Y sin duda somos mejores.
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